Ceuta, 20 de enero de 2016.
Así como la lluvia cae del cielo y empapa el suelo, la inspiración inunda mi alma y me acerca al mismo cielo. Cuando escucho el tenue canto de las Musas mi alma sopla como la flauta de Euterpe. Mi imaginación emotiva eleva mis sentimientos para expresar la belleza que llevo dentro. Ésta resplandece gracias a la intensa luz de Polimnia, la Musa de la sabiduría, y a la cálida luminosidad de Erato que con su bondad me permite apreciar la voz de Calíope. Escucho atento su mensaje que entiendo por la intermediación de la Musa Clío, cuyas palabras no me hablan de tiempo, sino de la eternidad. Me siento afortunado y Talía confirma mi idea de que no hay mayor felicidad en la vida que lograr participar en el coro celestial de las Musas. No obstante, esta alegría es matizada por Melpómene que me recuerda el sentido trágico de la de la vida. No podemos amar la vida, sin tener presente a la muerte. El continuo acecho de la muerte debe servirnos para avanzar por el camino de la vida siguiendo el ritmo constante y armonioso que nos marca Terpsícore con el melodioso sonido de su lira.
Subo con decisión por las escarpadas paredes del Monte Parnaso, como Virgilio y Dante hicieron en su ascensión hasta las puertas del Paraíso. Me acerco al reino de Urania, Musa del Cosmos y la Naturaleza. Los que nos decidimos a tomar este duro camino “no es que amemos estar solos, sino que amamos llegar muy alto y cuando lo hacemos, la compañía se vuelve cada vez más escasa, hasta que desaparece” (Henry D. Thoreau). A pesar de la dificultad del ascenso “no debemos dejar de señalar hacia las cumbres, aunque la multitud no ascienda a ellas” (Henry D. Thoreau). Según vamos ascendiendo las perspectivas del tiempo y del espacio varían de manera notable. La humanidad ocupa a apenas un segundo en la historia de la tierra y ésta última una milésima en el tiempo celestial. Es entonces cuando uno percibe el sentido de la eternidad que se oculta tras la cortina del silencio.
¿Y qué decir del paisaje que contemplamos desde el Monte Parnaso? Ninguna obra humana es capaz de dejar huella en el amplio valle que discurre a sus pies. Abajo quedan las insignificantes vidas tantas y tantas personas que van de un lado a otro con sus almas dormidas y sus sentidos corporales aletargados, bebiendo del pozo del poder y comiendo del huerto de la riqueza cuando tienen a su alcance la Fuente de la Eterna Juventud y las manzanas del árbol de la vida.
Destellos de sabiduría iluminan mi mente y me indican que debo proseguir mi ascenso. Al mirar hacia arriba veo entre las nubes que hoy lloran sobre Ceuta las figuras de aquellos que me precedieron en el recorrido por este camino. Veo a Homero, a Platón, a Dante, a Bunyan, a Thoreau, a Emerson, a Whitman, a Ruskin y a Geddes, entre otros. Sus obras y su ejemplo me aportan la fuerza y la valentía necesaria para continuar en mi ascenso, cada día más en solitario, hacia la morada de la Gran Diosa y de sus hijas las Musas.
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