Ceuta, 5 de diciembre de 2015.
Estoy sentado en los últimos peldaños de la escalera que conduce a la playa Hermosa. En el cielo siguen brillando, aunque con fuerza menguante, Venus, Marte, la luna y Júpiter.
Las nubes se mueven a una velocidad muy lenta. Forman estratos difuminados por los que los rayos del sol intentan de manera infructuosa colarse para iluminar este nuevo día. Mientras lo hacen, pintan de rosa y naranja el difuso horizonte.
El viento sopla con intensidad y arrastra a tierra frío y humedad. Este viento inquieta a las gaviotas que vuelan a gran altura sobre mi cabeza. Algunas de ellas, demostrando gran coraje y valentía, se enfrentan al viento que recompensa su atrevimiento con planeamientos magistrales.
El mar está encrespado. Su enfado va en aumento. El influyo de la luna lo tiene loco.
El tiempo parece lentificarse cuando contemplo el amanecer. Me mantengo expectante ante la salida del sol. Las nubes se van resquebrajando ante el impulso del astro rey. Una intensa luz roja ilumina el horizonte como si fuera un enorme foco de luz ultravioleta. Mientras que el sol tizna de rojo el horizonte, colorea el cielo de amarillo.
El espectáculo es fascinante y emocionante. ¡Qué belleza más sublime tengo ante mis ojos! MI mirada está fija en las nubes. El amarillo de las nubes superiores es cada vez más intenso. El sol está a punto de tomar altura suficiente para superar la barrera de unas nubes que en este instante parecen empujados por el poder del sol. Ya no queda ningún rastro de la noche, con la única excepción de la luna. EL cielo ha adquirido su habitual color celeste.
Siento frío. Espero con ansiedad al sol para que caliente mi cuerpo. Pero tendré que esperar. Nubes procedentes de oriente han llegado de refuerzo para retrasar la aparición del sol. No obstante, los rayos del sol encuentran una rendija por la que colarse y proyectan un ancho haz de luz sobre el mar.
¡Por fin ha llegado! Son las 8:45 h y el sol irrumpe con fuerza. Agradecido por mi paciente espera lo primero que ha hecho ha sido proyectar sus rayos hacia la escalera en la que me encuentro. En señal de respeto me he levantado y estirado los brazos para sentirme abrazado por el sol y la naturaleza. Ha sido un acto inconsciente. Me he sentido como uno de los antiguos adoradores del sol.
Me siento alegre, feliz y lleno de vitalidad. Mi cuerpo empieza a sentir el calor del sol. Doy gracias a la vida por este momento de gozo que me hace llorar de alegría. Gotas de lágrimas resbalan por mi rostro, al mismo tiempo que sol llora rayos espectrales sobre el mar. La sincronía entre la naturaleza y mi alma es cada vez más cercana. La voz de la naturaleza es cada día más audible para mí. Por primera vez noto que mi voz interior me es ajena, a la vez que familiar. Soy el mismo, pero a la par distinto. Escucho mi voz con una claridad desconocida. No hay ruido de fondo. Solo el murmullo del mar sirve de hilo musical al sentido de la eternidad.
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