Ceuta, 14 de septiembre de 2015.
Acabo de llegar al Museo del Mar. Me encuentro mejor que en mucho tiempo. La caminata desde mi casa hasta aquí me ha sentado fenomenal. Quería dejar constancia por escrito de la sensación de bienestar físico y psíquico que experimento en este instante.
Una vez en el museo he pensado que igual era el momento de recopilar todos los artículos de mi diario en los que he narrado mis contactos íntimos con la naturaleza. Creo que pueden servir para que otros descubran, como yo lo hecho, la magia de la vida. Casi todos mis escritos han sido redactados entre Ceuta y Granada, aunque son mayoría lo que tienen como escenario y protagonista a Ceuta.
Estoy convencido de que el lugar es lo de menos. Yo hablo de temas universales y lo hago a través de mí mismo. No me importa reconocer que vivo “ensimismado”. Me canto a mí mismo siguiendo los pasos dejados en el suave firme de la tierra por Walt Whitman.
Henry David Thoreau tituló a su obra más íntima “Walden”, nombre de la laguna en cuya orilla construyó una cabaña en la que vivió dos años de estrecho contacto con la Madre Tierra. Yo a mi libro lo voy a titular “Ceuta: el renacimiento de la Gran Diosa”.
Walden y Ceuta poco o nada tienen que ver, pero ambos lugares tienen algo en común. Algo que nos une a todos los seres vivos: la naturaleza y la vida, que viene a ser lo mismo.
A Thoreau, Whitman, Emerson, Goethe, Geddes, Mumford y a mí mismo nos separa el tiempo y el espacio, pero nos une una misma aspiración por encontrar un significado a la vida. Todos, en algún momento de nuestra existencia, hemos oído el susurro de nuestra alma y nos hemos parado a escuchar lo que tenía que decirnos. Al hacerlo se nos ha revelado una visión compartida y una misión particular. La mía cada día está más clara. La espesa niebla que no me dejaba ver el camino de mi vida se ha disipado con el paso del tiempo.
Nací y vivo en Ceuta. Hablo de ella y de mí mismo porque son el lugar y la persona que mejor conozco. Sin embargo, el argumento de mis escritos tiene vocación cosmopolita. Como dice mi admirado Javier Gomá en uno de sus artículos “lo quiero todo”. Huyo, como de la peste, de las visiones parciales. Quiero ver el mundo sin anteojeras y quiere escuchar todas las voces sabias. Quiero probar todos los sabores de la vida. Quiero sentir y tocar todas las formas de vida. Quiero quedarme con lo esencial. Digo, o más bien escribo esta reflexión delante del enorme esqueleto de un rorcual aliblanco. Sus carnes y sus vísceras desaparecieron unos meses después de morir, pero sus huesos han quedado como testimonio de su existencia. Los seres humanos dejamos también nuestros huesos sobre la tierra. Los enterramos por respeto a la vida y para recordar a la persona a la que sus huesos dieron consistencia y, de esta forma, le permitieron moverse por la vida sin arrastrarse y con dignidad. El destino de nuestros huesos están unidos al recuerdo que hemos logrado dejar entre nuestros familiares y vecinos. Cuando esta memoria desaparece los huesos terminan en un osario.
No obstante, los seres humanos podemos dejar sobre la tierra mucho más que un simple montón de huesos y un recuerdo efímero. Podemos dejar pensamientos y hazañas. Un hilo rojo une a todos los pensadores, escritores, poetas y artistas que ha dado la humanidad. A través de este hilo nos comunicamos las distintas generaciones de personas que hemos sentido y escuchado la voz de las Musas. Ellas, desde el Parnaso, han dictado nuestros escritos, poemas y partituras; han guiado la mano que escribe, esculpe, pinta, moldea o toca el piano; han tomado el cuerpo y la voz de los actores; han marcado el ritmo de los bailarines y bailarinas,….Y han hecho mucho más. Han conseguido emocionarnos, animarnos a la búsqueda de la verdad; nos han empujado a alzar la voz contra las injusticias; han contribuido a la comunicación y la cooperación entre los hombres y las mujeres de buena voluntad; han cultivado nuestros pensamientos y nuestros paisajes; nos han guiado hasta la comprensión de la totalidad del cosmos.
Las Nueve Musas que inspiran nuestra vida plena efectiva no son otra cosa que las distintas formas en la que se nos presenta la Gran Diosa Madre.
Patrick Geddes fue el que me abrió el camino de la vida y me prestó sus “máquinas pensantes” para que pudiera orientarme y descubrir la senda que el destino había señalado para mí. No quiso Geddes desvelar muchos detalles sobre el secreto que había descubierto durante sus meses de ceguera física y de iluminación espiritual. Por este motivo su diagrama de la espiral de la vida ha sido ignorado y olvidado. Pero él sabía que, tarde o temprano, alguien daría con este diagrama y sabría interpretarlo y difundirlo.
Cuando conseguí interpretar la espiral de la vida y descubrí la clave de las Nueve Musas llegó el momento de la gran revelación. La Gran Diosa Madre se me apareció en forma de colgante y tótem mágico. Una imagen de la Gran Diosa, revelada, oferente y fecundante, llegó hasta mis manos para anunciar la próxima renovación de la vida.
Aún queda más por serme revelado. El mensaje tenía que ser claro. La dicotomía entre el aspecto femenino y masculino que rige el cosmos y la vida tienen que superarse para lograr la reconciliación entre nuestro “animus” y nuestra “anima”.
El betilo esculpido en la negra roca del Sarchal, donde tantos momentos de inspiración he vivido, se me presentó en su aspecto esencial y primigenio. No conozco otro ídolo en el que la conjunción de lo femenino y lo masculino se haya representado con tanta claridad. La parte inferior del betilo, que simboliza lo femenino y lo inconsciente, es lo más importante en tamaño. Un puño cerrado esculpido en uno de sus laterales denota el poder de la naturaleza y los secretos que guarda para aquellos que se acercan a ella con respeto y curiosidad.
Como la base de un iceberg, la parte femenina del betilo permanecía enterrada. Solo asomaba la punta fálica de la razón y lo consciente. Paradójicamente fue una máquina excavadora, símbolo de la capacidad destructiva de la naturaleza por el ser humano, la que la rompió en varios pedazos que quedaron dispersos. Uno a uno, como un puzle, conseguí reunir los fragmentos y reintegrarlos a su lugar. La razón sigue fragmentada, pero ya se ha reintegrado con la parte femenina del betilo y, de manera metafórica, con la de nuestro ser.
Nada es casual. Nada. Todo tiene su porqué. El lugar y el tiempo indicado que esta señal era Ceuta y este año 2015. La persona designada para estos hallazgos intelectuales y arqueológicos he sido yo y me siento, al mismo tiempo, honrado y abrumado por la enorme responsabilidad que ha recaído sobre mis hombros. Me siento como el mismo Atlante que duerme en las cercanías de Ceuta, pero también me identifico con Ulises, que vivió en la próxima isla de Ogigia antes de que los dioses le permitieran regresar a Itaca. Yo también me siento un aventurero que navega por el ancho mar del pensamiento y de la acción. Yo también he sido raptado por las Musas en nombre de la Gran Diosa. Yo también he emprendido mi viaje de regreso para compartir mi visión y cumplir mi misión.
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