Ceuta, 8 de noviembre de 2015.
Decía Patrick Geddes a sus hijos que “la vida es una espiral, que trabaja durante la semana y descansa los domingos, gozando, soñando, planeando de nuevo”. Hoy es domingo y, por tanto, toca gozar, soñar y trazar nuevos planes. Yo disfruto con cosas muy sencillas: la participación consciente con la naturaleza, la lectura y la escritura, y la compañía de mi familia. Me gusta también soñar con una eutopía en la que el cuidado y la protección de nuestros bienes naturales y culturales sean una prioridad absoluta.
Sueño con un “Buen Lugar” para una “Vida Buena”.
Sueño con una economía vital y no una centrada de manera exclusiva en la obtención de dinero, poder y prestigio.
Sueño con unos ciudadanos capaces de luchar “por los ideales y cosas sagradas de la Ciudad, a solas con el apoyo de todos” (juramento efébico).
Sueño con una ciudadanía respetuosa con las leyes y normas que nos hemos dado entre todos para una mejor convivencia.
Sueños con unos ciudadanos que valoran sus derechos y cumplen con sus deberes cívicos.
Sueños con unas personas interesadas en la ciencia, la filosofía y la cultura, además de amantes y practicantes del arte en cualquiera de sus facetas.
Para que estos sueños se hagan realidad considero que es indispensable una renovación de nuestros corazones y una reeducación de nuestras mentes. Sólo el amor puede darnos la fuerza necesaria para hacer estos sueños realidad.
Me preguntaba el otro día, ¿Qué es y dónde reside el amor? Y encontré la respuesta en un poema de Goethe: “el amor es en esencia vida/ y el espíritu es vida de la vida”. El amor y la vida son la misma realidad.
La reeducación de nuestras mentes pasa por una educación integral que debe incluir los aspectos sensitivos, experienciales y sentimentales de la persona. Todos, en especial nuestros niños y jóvenes, tenemos que mantener despiertos nuestros sentidos para gozar de la naturaleza. Nuestras vidas tienen que ser ricas en experiencias gratificantes que faciliten el desarrollo de nuestras capacidades y habilidades. De igual modo, es necesario aprender a amar y respetar a nuestros congéneres y al resto de las criaturas con las que compartimos la Madre Tierra.
Alcanzado cierto grado de madurez estamos preparados para lograr las más altas metas del pensamiento. Nuestros ideales espirituales, ambientales, políticos, económicos y sociales marcarán lo que somos y lo que hagamos en el mundo. Estos ideales determinarán nuestra conducta, la generación de nuestras ideas y el florecimiento de nuestra imaginación creativa. Los frutos de nuestros sueños tienen que alimentar y enriquecer la vida cívica. Volviendo a Goethe, éste gran inspirador en mi vida tenía como principio vital “que ha de hacerse lo que se pueda, y debemos hacerlo allí donde estamos, y sin palabrerías. A este respecto, nos advertía Goethe que no debemos hacernos ilusiones, pues sabemos “cuán poco es lo que podemos hacer. Pero es mejor que se haga”. No obstante, podemos hacer con la mejor actitud: “sin ceder un pelo de ser que me conserva por dentro y me hace feliz” (Goethe).
Con la fuerza que nos otorga el amor a la vida, y la propia autoconfianza en lo que somos y en nuestro destino, estamos en condiciones para participar de manera activa en el política cívica, así como en el fomento de la cultura y el arte. En mi caso, procuro enriquecer mi pensamiento con experiencias de contacto íntimo con la naturaleza que registro por escrito y en imágenes para luego compartirlas con los demás. A estas experiencias añado las ideas que me aportan los libros que leo. A partir de estas experiencias e ideas diseño los planes y proyectos que intento poner en marcha para el mejoramiento de mi vida y de la ciudad en la que nací y vivo. El objetivo principal de estos planes es “llegar a ser lo que soy”. Ser capaz, como dice Javier Gomá, de “elevarme a la mejor” sin dejarme arrastrar por la apatía, la indolencia o la resignación. Todo esto no se logra desde la contemplación, sino principalmente desde la acción. No podemos relajarnos ni encerrarnos “en un palacio detrás de muros de cristal” (Goethe). Tenemos que enfrentarnos a la realidad y combatirla con valentía y determinación. Contra el tedio, dice Goethe, “solo ayuda la participación activa en la vida”. “Si quieres gozar de tu valor, combate por conferir valor al mundo”, escribió Goethe en una carta que envió al joven Arthur Schopenhauer.
“Llegar a ser lo que uno es” resulta una tarea ímproba. Se trata de un proceso complejo de autoconocimiento, autoeducación y autotransformación que dura toda la vida, y en la cual todos los aspectos de ella desempeñan un papel. A este proceso educativo los antiguos griegos lo llamaron paideia. Según Mumford, la paideia “es la tarea de dar forma al acto mismo de vivir, tratando toda ocasión de la vida como un medio para hacerse a sí mismo, y como parte de un proceso más amplio de conversión de hechos en valores, procesos en finalidades, esperanzas y planes en consumaciones y realizaciones. La paideia no es únicamente un aprendizaje: es un hacer y un formar, y la obra de arte perseguida por la paideia es el hombre mismo”.
Lo que más valoramos en una obra de arte es su originalidad, la composición y la armonía entre las formas que la componen. Por este motivo intento ser fiel a mí mismo y busco conformar mi personalidad desde la autodisciplina interna, el equilibrio dinámico, la individuación y la autonomía. Pienso que cualquier retrato humano necesita de un adecuado marco y de un paisaje natural y humano concreto. Mi paisaje natural es Ceuta y mi paisaje humano mi familia, mis amigos y mis convecinos. Pero desde este cuadro, en lo alto de la montaña del pensamiento, en la que todo es quietud, miro a un horizonte que no tiene fin. Me elevo de la tierra al cielo y desde allí me arrojo de nuevo abajo, o la inversa. Contengo multitudes en mi interior (Whitman) y participo de manera consciente en el reino de la totalidad. Desde lo alto del promontorio de los sueños elevo mi voz y rompo el silencio gritando: “!Lo quiero todo!” (Javier Gomá).
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