Ceuta, 15 de agosto de 2015
Estoy en la playa del Sarchal. Por suerte hoy no hay medusas y me he podido dar un refrescante baño. Hace un día espléndido. El sol está a punto de alcanzar su cenit. El cielo adquiere un azul atenuado por suaves vetas blanquecinas. La luz es intensa y caliente. Una suave brisa de poniente refresca mi cuerpo y encrespa la superficie del mar. Las aguas están limpias y transparentes, a veces agitadas y otras quietas.
Estoy solo, pero no me siento solo. La naturaleza y yo mantenemos una agradable conversación. No la siento como extraña. Yo participo de ella y en ella participa de mí. Como Whitman me canto a mí mismo y la melodía que escucho es la propia naturaleza que habla desde mi yo cósmico. El sentimiento que quiere transmitirle es de agradecimiento. Me considero afortunado de mantener una relación tan estrecha con ella. Gracias a la naturaleza he conseguido entender el significado profundo de la bondad, la verdad y la belleza. Lo que antes me parecían tres realidades separadas ahora las comprendo como una unicidad indivisible. Donde veo belleza aprecio la bondad y la verdad. Donde hay bondad hay belleza. La verdad las reconcilia a los dos, pues la mayor verdad es que estamos aquí para generar bondad y para disfrutar de la belleza.
Antes sólo veía fealdad y sufría. Denunciaba, y seguiré haciéndolo, todas aquellas acciones que afectan a nuestra naturaleza y al patrimonio cultural, pero he aprendido a deleitarme con la naturaleza. He llegado a entender que la naturaleza no estará a salvo hasta que todos y cada uno de nosotros no seamos capaces de escuchar nuestra voz interior, que resuena, como las olas que ahora escucho, desde las profundidades de nuestro ser. Hacemos todo lo posible para acallar esta voz, este canto de las Musas. Miramos a nuestras pantallas del móvil. Nos ponemos unos auriculares con música para anular la voz que nos habla en el único momento en el que estamos solos: cuando cerramos los ojos y nos disponemos a dormir. Despreciamos un instante precioso para recordar todo lo que hemos hecho a lo largo del día y hacer balance de nuestra existencia. Las pérdidas se restan a las ganancias y así sabemos si el saldo de nuestro día ha sido positivo o negativo. No lo hacemos en términos monetarios, sino en momentos de plenitud, gozo, disfrute del presente y esperanza en el futuro. Con este simple gesto de dedicar unos pocos minutos de reflexión sobre nuestro día podemos saber si hemos deliberadamente y aprendido lo que la vida tiene que enseñarnos, como nos decía Thoreau.
Sí, la vida merece la pena ser vivida. A pesar de todos los males, la ignorancia, las deslealtades que observamos a nuestro alrededor, tenemos la increíble oportunidad de ser co-creadores del cosmos. Todos tenemos la posibilidad de contribuir, según nos recordaba Whitman, con un verso al poderoso drama del universo. De alguna manera ese verso está escrito en el fondo de nuestra alma. Solo necesitamos un poco de atención y esfuerzo para leerlo, compartirlo con los demás y hacer de su contenido la misión de nuestra vida. “Haz tu obra y te fortalecerás”, digo Ralph Waldo Emerson, como también nos recordó con insistencia que debemos confiar en nosotros mismos y llegar a descubrir quienes somos. Todos tenemos nuestra propia personalidad y nada ni nadie nos deben impedir expresar lo que somos y actuar según los dictados de nuestro corazón. Hay que dejar atrás la vergüenza y el miedo a ser señalados con el dedo por no adaptarnos la opinión general. Sólo tenemos una oportunidad de ser lo que somos y no podemos desaprovecharla.
Es fantástica la cantidad de personas afines que uno llega a conocer cuando procuras ser fiel a uno mismo y sincero con los demás. Tomamos conciencia de que no estamos solos. En todos los lugares hay personas que han conseguido despertar sus sentidos, incrementar sus experiencias vitales, emocionarse con la contemplación de la naturaleza, relacionarse de manera unitaria con el cosmos, desarrollar su capacidad creativa, participar de manera comprometida en la política cívica, alzar su voz contra las injusticias, involucrarse en el recultivo de nuestros campos y montes o participar en la restauración de nuestro patrimonio cultural y natural. Desde el punto de vista cuantitativo somos pocos, pero nuestro poder es inmenso, pues procede de nuestro interior. Nuestra mayor recompensa es sentirnos vivos, saber que nuestra vida tiene un significado profundo y que estamos en armonía con el ritmo del cosmos. Los momentos que vivimos de plena conjunción con la naturaleza son los que determinan, en última instancia, si nuestra vida ha merecido la pena ser vivida.
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