La esencia de Ceuta toma forma material en sus yacimientos arqueológicos, monumentos, obras de arte y en el propio urbanismo de la ciudad. Estos bienes culturales tienen un valor cultural innegable, pero también, y sobre todo, identitario. A través de ellos podemos establecer un diálogo con nuestros antepasados que nos permite conocer y entender sus ideales religiosos, sociales, económicos y políticos, al mismo tiempo que desvelamos las claves del genius loci (el genio del lugar) de Ceuta.
Los bienes culturales que vemos a nuestro alrededor no son simples piedras y objetos arqueológicos, sino la materialización de los ideales, las ideas y los sueños que han guiado a las distintas civilizaciones que han pasado por Ceuta. Quienes nos precedieron en la posesión de esta tierra no eran, en el fondo, muy distintos a nosotros. Sus necesidades básicas eran las mismas que las nuestras en la actualidad: agua, alimentación, refugio, ropas con las que cubrir sus cuerpos y combatir el frío, etc…Sus preocupaciones también eran muy similares. Buscaban seguridad para ellos y los suyos, la salud de sus seres queridos y el respeto por sus posesiones personales. Tenían sus amigos, sus enemigos y sus amores. Pretendían el mismo reconocimiento, respeto y confianza que todos perseguimos. Pensaban en el sentido y significado de la vida, quizás más que nosotros dado que en el pasado la existencia era mucho más corta y la muerte un compañero inseparable de la vida.
Estas necesidades superiores e inferiores del ser humano han sido permanentes a lo largo de la historia de la humanidad. Lo que ha cambiado muchísimo, sobre todo en los doscientos últimos años, ha sido la manera de satisfacerlas. La tierra ha sido y sigue siendo, aunque no lo tengamos tan presente, el principal suministrador de los medios para satisfacer la subsistencia. La mayor parte de los recursos que ha requerido el ser humano para el normal desenvolvimiento de la vida provenían del propio lugar en el que habitaban. Con el paso del tiempo, el desarrollo tecnológico y el incremento de la población humana, se hizo necesario ampliar las zonas de captación de alimentos, agua y otros materiales, y así surgieron la agricultura y el comercio.
Las condiciones naturales en el pasado fueron las que marcaron la economía y conformaron el carácter de los antiguos pobladores de Ceuta. Sus experiencias sensitivas y laborales sin duda eran más intensas que las nuestras, aunque sus conocimientos y comprensión de los fenómenos naturales que observaban eran, como es de suponer, muy inferiores a los nuestros. Había muchas cosas que no llegan a entender. Su conciencia era básicamente mágica. La naturaleza era para ellos una fuerza indescriptible que, al mismo que les emocionaba, les aterraba. Era necesario darle un significado a todo lo que observaban y de ahí surgen los ideales religiosos y los mitos.
Casi todas las civilizaciones de la antigüedad tenían una concepción cíclica de la vida. Allí donde habitaban las tinieblas se encontraba el árbol de la vida. La vida, -el amanecer-; y la muerte, -el ocaso o atardecer-; estaban unidos por un movimiento cíclico y circular en los mitos de las principales civilizaciones. El bien y el mal, la vida y la muerte, estaban siempre pugnando. De este modo, las culturas míticas relacionaron la vida y la muerte con el amanecer y el atardecer, con el lugar donde nacía y moría el sol. Y como formaban parte de un movimiento circular allí donde moría el sol, en el extremo del mundo conocido, en el sitio donde se ubica el Atlante, tenían también que estar la fuente de la vida eterna. Ceuta, precisamente, comparte este carácter de lugar de paso, de cruce de camino, de separación entre el mundo conocido y las tinieblas. No nos debe de extrañar, pues, que aquí se localizara el árbol de la vida y la fuente de la inmortalidad. Ceuta es la ciudad de la eterna renovación de la vida.
Una parte importante, fundamental, de la esencia de Ceuta radica precisamente en la perfecta representación que hace Ceuta de la metáfora universal de la renovación de la vida y el crecimiento espiritual individual y colectivo. Como explica Joseph Campbell, en todas las religiones el crecimiento espiritual es un proceso de ascenso por un pilar central en siete niveles o chakras. Este pilar central es generalmente representado con un árbol, el árbol de la vida. Por el ascienden una o dos serpientes. En la visión oriental estos dos canales, conectados con la respiración, son uno caliente, el del sol; y otro más frío, el de la luna; que se mezclan en un punto para luego ascender por el kundalini o columna vertebral. Ceuta es precisamente donde se da la confluencia de estos dos mares o corrientes marinas: una caliente, el Mediterráneo; y otra fría, el Atlántico. Donde se juntan la vida ésta se hace rica y exuberante. Autores clásicos y árabes como Al-Garnati no dudaron en identificar al Estrecho de Gibraltar y Ceuta como el lugar de la “confluencia los dos mares”. Dos mares, como explica la Profesora Sara Sviri, que son “el mar de la vida y el mar de la muerte, el mundo del espacio y el mundo del fuera del espacio, el de tiempo y el intemporal”. Un lugar en el que habita una figura mítica, Jezr, “el hombre verde” que debemos entender como una imagen arquetípica: la imagen de los buscadores de la espiritualidad que viven su búsqueda mística entre los dos planes de la existencia, el terrenal y el espiritual, según nos dice Sara Sviri. Este hombre verde, vivía en una roca, junto a la fuente de la eterna Juventud.
Muchas leyendas clásicas y medievales ubican en Ceuta la fuente de la eterna juventud o el árbol de la vida, cuyos frutos otorgan la eterna juventud, que no es otra cosa que la constante renovación de la vida. Aquí reside, insistimos, la esencia de Ceuta. El árbol de la vida, como el resto de los mitos, son metáforas que nos pueden servir para reivindicar el valor del patrimonio natural y cultural de Ceuta. No son exclusivas de Ceuta, ya que se trata de metáforas universales, pero que en Ceuta son más aparentes y reconocibles. Esto hace de Ceuta y su entorno un lugar mágico y sagrado, con valor universal. Un punto de referencia para la renovación de la vida, la reeducación de la mente y la reconstrucción del planeta. Es la esencia espiritual de Ceuta, que ha estado siempre aquí y que necesita los intérpretes necesarios para desvelarla.
Ceuta forma parte de los muchos lugares sagrados que hay repartidos por el mundo. De todos ellos encuentro una relación muy especial con el santuario de Delfos. En el año 2005 hice, junto a mi mujer, un viaje a Grecia. Uno de los lugares que visitamos y más me impactó fue precisamente el Monte Parnaso, lugar de residencia de las Musas y del Oráculo de Delfos. Sentí la fuerza de esas montañas, de esos profundos valles y de los templos que los antiguos griegos construyeron sus laderas. Aún guardo en mi memoria, como esculpida a martillo y cincel, las intensas sensaciones y la profunda emoción que experimente en aquel lugar sagrado. Sabía que de alguna manera estaba unido a aquel mágico monte y a las Musas que lo habitan. Y ahora, después de muchos años, el misterio se ha desvelado. Han sido mucho tiempo de estudio de la obra de Patrick Geddes y su discípulo Lewis Mumford. De intentar entender los diagramas de Geddes, en especial su notación o espiral de la vida. En ella, en el cuadrante de la vida plena efectiva, están la Musas quienes me han inspirado para resolver el enigma de Ceuta.
La primera intuición que tuve ocurrió en el puerto de Ceuta. Allí se encuentra, bajo un árbol, un panel cerámico que muestra la red de senderos de Europa. Mi sorpresa fue mayúscula al observar que el sendero del que forma parte Ceuta comienza precisamente en Delfos. ¿Casualidad? Nada es casual, como decía el gran escritor alemán Schiller: «No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas». Todo cobra sentido según se desarrolla nuestras vidas. En los últimos días esta intuición inicial se hizo más fuerte. ¿Cuáles eran los lazos que unen a Ceuta con el Monte Parnaso y las Musas? No daba con la respuesta, aunque sabía que no se encontraba lejos. Y hace unos días se me ha desvelado.
El pasado domingo, día 25 de enero de 2014, como en costumbre en mí, me he levantado temprano y me he puesto a escribir. Quería completar mi escrito sobre la esencia de Ceuta del que publiqué un primer bosquejo. Sé, y así lo he plasmado algo más arriba, que un aspecto fundamental de la esencia de Ceuta está en su ubicación en la confluencia de dos mares que, son a su vez el de los dos planes de la existencia, el mundo de afuera y el mundo de adentro, que no son otra cosa, como nos explica Joseph Campbell, que las extensiones interiores del espacio exterior o mundo de afuera, si utilizamos la terminología utilizada por Patrick Geddes, nuestro maestro e inspirador. Con esta idea en la cabeza he salido a comprar la prensa. Ese día venía con “El País” el primer volumen de la colección “Descubrir la Filosofía” dedicado a la figura y el pensamiento de Platón. De camino a casa hice una parada para comprar churros y en la cafetería he tenido que pedir un bolígrafo prestado y coger una servilleta en la que escribí la siguiente reflexión que tiene que ver con el sentido y objetivo de estos escritos que hago atrapado por las Musas:
“El objetivo es extraer la esencia de Ceuta presente en su naturaleza, su historia y sus gentes para luego difundirla y hacer de ella el elixir con el que alimentar el alma de los ceutíes y convertirlos en personas bondadosa, cultas y creativas. Un ideal de persona capaz de hacer de Ceuta un templo de la espiritualidad, la cultura y el arte”.
Para que esta humilde servilleta no se estropeara, quite el envoltorio del libro sobre Platón y la introduje entre sus páginas. Cuando llegue a casa, y antes de desayunar, ojeé el libro y busqué la servilleta con mi improvisado apunte. Al buscarla dí con una página en la que se trataba sobre el oráculo de Delfos. De este santuario se dice que “se hallaba a pies del Monte Parnaso, en la región de Fócida, y su ubicación se correspondía con el ombligo del mundo (el ónfalos), pues allí se había cruzado el vuelo de las dos águilas liberadas por Zeus en las antípodas de la Tierra. Había sido fundado por el mismo Apolo, quien había matado a la serpiente Pitón que custodiaba el lugar para hacerse con su sabiduría”. ¡Está era la clave que estaba buscando, la profunda unión que existe entre Ceuta y Delfos! ¡Entre el Monte Hacho y el Monte Parnaso! Ambos son lugares de encuentro entre los dos planes de la existencia, en el caso de Ceuta representada por dos mares; y en el de Delfos por dos águilas. En ambos lugares, y en especial en Ceuta, como narran los mitos clásicos y medievales, se encontraba el árbol de la vida, que lo es también de la sabiduría, custodiado por una serpiente, la misma que defendía el árbol de las manzanas de Oro del Jardín de las Hespérides.
El árbol de la vida se asocia, según Joseph Campbell, “a la imagen del poste o punto axial que es a su vez símbolo del camino o lugar de paso del movimiento al reposo, del tiempo a la eternidad, de la separación a la unión; y también a la inversa, del reposo al movimiento, de la eternidad al tiempo que transcurre, de la unidad a lo simple”. A ambos lados de este eje se sitúan el deseo y el miedo, la juventud y la edad, la causa y el efecto, la vida y la muerte, el cielo y la tierra, el ser y el no ser, que si somos capaces de superar y trascender “el goce de la vida brotará de todas las cosas como de una copa inagotable. El ego sacrificado será devuelto, y se liberarán las aguas de la inmortalidad para fluir en todas direcciones” (Joseph Campbell; La imagen del mito). Ésta es la sabiduría que encierra el árbol de vida. Todos estamos llamados a trepar por el tronco de este árbol, que es nuestra propia columna vertebral, sobre la que se entrecruzan dos serpientes ascendentes que representan la energía del sol y la luna, la energía masculina y femenina, la vida y la muerte. Según avancemos en nuestro ascenso hacia los niveles superiores de conciencia nuestra energía interior se activara hasta conseguir despertar nuestro tercer ojo o glándula pineal (simbolizada por una piña) que se encuentra en el centro de nuestra mente.
Esta concepción de Ceuta como un lugar sagrado y mágico se mantuvo con fuerza durante toda la historia medieval de nuestra ciudad, y aún perdura en el imaginario musulmán. Ceuta, durante la época musulmana, fue también un lugar de encuentro entre el pensamiento oriental y el occidente. Aquí nacieron, se formaron y vivieron santos, místicos, sabios y grandes poetas y escritores, como al- Idrisi o al-Ansari. Medina Sebta gozó de una intensa cultural que se materializó en la existencia de un elevado número de bibliotecas, escuela, madrasas o universidades árabes. Toda esta actividad cultural se vio drásticamente interrumpida con la llegada de los portugueses a Ceuta en 1415. A partir de entonces, y durante varios siglos, los ceutíes tuvieron que dedicar una buena parte de su tiempo y trabajo a la defensa de Ceuta ante los continuos asedios que sufrió la ciudad, tanto por mar como por tierra. Todo este esfuerzo defensivo ha quedado materializado en el importante patrimonio fortificado con el que cuenta nuestra ciudad. Todas las murallas, fosos, fortines, revellines y ciudadelas que jalonan el paisaje ceutí rezuman otros componentes importantes de la esencia de Ceuta y los ceutíes: coraje, valentía, perseverancia, templanza, justicia y compromiso en la defensa de los símbolos identitarios de esta tierra y de España.
Durante la época medieval y moderna, la religión, la política, la cultura y el arte formaban un conglomerado con muy pocas fisuras entre las que la filosofía y la ciencia pudieran filtrarse para impregnar a la sociedad. Un conglomerado en cuya composición predominaban las doctrinas y la simbología religiosa. Estas férreas doctrinas, nacidas en el seno de una concepción de la verdad como algo absoluto e inmutable, no dejaban mucho margen para la ciencia, la filosofía y la imaginación. La mayoría de las expresiones artísticas y culturales tenían un marcado carácter sacro. La expresión artística quedaba limitada a un selecto grupo de artistas cercanos al poder eclesiástico y político. De aquella época los bienes culturales más relevantes que se nos han conservado son, además de las fortificaciones, algunas imágenes sagradas como la Virgen de África y la Virgen del Valle, y sus correspondientes templos, así como símbolos del poder político como la bandera, el escudo o el bastón de mando conocido como Aleo.
El poder religioso, político, militar e intelectual se materializó y encontró su espacio físico en la ciudad en la Catedral, la Comandancia Militar, el Palacio Municipal y la desaparecida Universidad árabe que se localizaba enfrente de este último edificio. Y todas ellas en torno a una plaza que ha hecho y sigue desempeñando la función de ágora cívica y punto de encuentro de la ciudadanía.
La ruptura de las gruesas cadenas que unían la política, la ciencia, la cultura y el arte se empezaron a romper con la irrupción de la ilustración. Este fenómeno ideológico que facilitó el libre despegue de la razón llegó de forma tardía a España debido a la fuerte resistencia ejercida por el poder eclesiástico que contó con el apoyo del poder político y la oligarquía. No obstante, algunos monarcas hispanos, como Carlos III, impulsaron un proceso de modernización de las estructuras del Estado. Durante esta etapa de la historia de España se construyeron hospitales, se crearon las primeras escuelas de Artes y Oficios, además de universidades, se impulsó la investigación científica y se crearon grandes instituciones culturales como el jardín botánico o el Museo del Prado, que inicialmente fue diseñado como Museo de Historia Natural.
La situación en Ceuta era muy compleja. Entre 1694 y 1927 la ciudad sufrió un importante cerco por las tropas del sultán Muley Ismail. No fue hasta después de la liberación de este yugo por parte del Marqués de Lede cuando comienzan dos décadas de expansión y modernización en Ceuta. En este segundo cuatro del siglo XVIII se reordena y transforma el espacio urbano y se mejoran las defensas de la ciudad. Llegados a mediados del setecientos la ciudad alcanzó su plenitud, momento en el que se crean nuevos edificios eclesiásticos, militares y civiles, como el Hospital Real. Acompañados de estas mejoras urbanas y nuevos edificios llegaron a Ceuta interesantes obras pictóricas, como las que cuelgan en las paredes de la Catedral, y escultóricas como las imágenes de la Virgen de los Remedios o las esculturas de San Fernando y San Hermenigildo que decoraban la entrada al nuevo Hospital Real. De la vida científica y cultural lo más relevante fue la puesta en marcha de la Real Academia de Matemáticas de Ceuta dedicada a la formación de los ingenieros militares llamados a cambiar la fisonomía de la ciudad.
La paz conseguida con el vecino reino alauí abre la posibilidad de que Ceuta pudiera jugar un papel importante como plaza comercial. Sin embargo, esta posibilidad quedaría frustrada con la vuelta a los asedios y los conflictos. Esta situación refuerza el carácter penitenciario y militar de Ceuta que la empuja a quedar como un enclave marginal, aislado y estancado desde el punto de vista urbano. De este modo, y durante buena parte del siglo XIX, Ceuta se convierte en un presidio fortificado con apenas actividad comercial y sin aportar nada relevante a la cultural y artística. Curiosamente, los mejores intelectuales que vivieron en Ceuta en este tiempo fueron los presos iberoamericanos desterrados en el penal ceutí.
La Guerra de África de 1859 supuso un relanzamiento de la ciudad. Se amplían los límites territoriales, se acometen importantes obras de acondicionamiento en Ceuta y su puerto, se construyeron nuevos acuartelamientos y se realizan nuevas obras de fortificación. Ceuta inició un proceso de cambio que le llevaría de su condición de penal al de una ciudad abierta y comercial. Sus calles se renuevan y embellecen. Un nuevo despertar ha llegado a Ceuta. La pesadilla del presidio acaba y los ceutíes comienzan la modernización de la ciudad. No fue un camino fácil. El punto de partida era realmente pésimo.
En la obra “Apogeo y ocaso de Antonio Ramos”, el investigador ceutí Alberto Baeza Herrazti describe al siglo XIX como “un período nulo, negativo, con la ciudad detenida, estancada, aherrojada en su condición de Presidio”. Todo estaba prohibido o controlado por una arrogante burocracia tentacular. En este ambiente de opresión ciudadana, como la define Baeza Herrazti, “era imposible la difusión y el fomento de la cultura”. En aquellos tiempos, Antonio Ramos Espinosa de los Monteros, un joven ceutí “ávido de conocimientos, plenos de inquietudes y conocedor ya de los libres y dilatados espacios anyerinos” toma el barco para dirigirse a Granada donde estudiará Filosofía y Letras. A su vuelta inicia una cruzada contra la falta de libertad de expresión y a favor de la investigación geográfica e histórica, el fomento de la cultura y el arte. Escribe en los periódicos locales, plasma el resultado de sus exploraciones e investigaciones históricas en “El África”, funda el bisemanario “Eco de Ceuta”, promueve la revista “Medina Sebta”, crea el periódico “El defensor de Ceuta”, ejerce como secretario en el “Centro Comercial Hispano-Marroquí de Ceuta”, del que surge la revista “Ceuta”, es nombrado Cronista Oficial de Ceuta, promueve la construcción de la mezquita de Sidi Ibrahim y la creación de la barriada del Príncipe Alfonso y escribe libros como “Ceuta 1900”. No encuentre grandes amigos y compañeros en esta empresa de renacimiento económico y cultural de Ceuta. Sólo le acompañan su fiel amigo Rafael Gibert, el escritor Enrique Arques y don Antonio Comandari, promotor de la creación de una barriada para colonos y pescadores en la ensenada de la Tramaguera o Miramar.
Creo que no ha habido muchos personajes en Ceuta con la personalidad de Antonio Ramos. Ese carácter de Ceuta como una ciudad asfixiante, cerrada a su entorno geográfico más próximo, dominada por los poderes militares, religiosos y civiles, excesivamente burocratizada, tradicionalistas en su vida cultural religiosa, poco fecunda en su ciencia, cultura y arte, carente de imaginación y capacidad de innovación aún permanece vigente. Los investigadores, intelectuales y artistas ceutíes no se han distinguido, salvo algunas excepciones, por su actitud crítica y combativa contra el poder establecido ni por la permanente y necesaria interrelación entre pensamiento y acción, como lo hizo Antonio Ramos. Cada uno se ha dedicado a su rama del saber o de la creación sin preocuparle, interesarle o implicarse en la vida política, el fomento del pensamiento crítico y la acción cívica. La mayoría, como decía Patrick Geddes, se han quedado rezagados en la mansión de la memoria. Han adquirido más y más erudición, pero nunca han hecho ni harán mucho. Esto es lo que anda mal como demasiada gente de la cultura; a esto se debe que se sientan paralizados y no puedan hablar ni actuar aunque la ocasión lo reclame.
Hace falta una profunda renovación de nuestro corazón, una reeducación de nuestra mente y una reconstrucción de nuestros paisajes naturales y urbanos. Nuestro objetivo prioritario, cuyo primer bosquejo presentamos aquí, debe ser extraer la esencia de Ceuta presente en su naturaleza, su historia y sus gentes para luego difundirla y hacer de ella el elixir con el que alimentar el alma de los ceutíes y convertirlos en personas bondadosas, cultas y creativas. Un ideal de persona capaz de hacer de Ceuta un templo de la espiritualidad, la cultura y el arte. Es muy importante ver y apreciar la verdadera personalidad de Ceuta. Una personalidad arrolladora, mágica y sagrada que se muestra en algunos elementos que son únicos y que pocos llegan a conocer y valorar. Esta personalidad se encuentra dormida, como la figura del Atlante que conocemos como la Mujer Muerta. Nuestra tarea es despertarla. Y sólo pueden hacer esto quienes están verdaderamente enamorados y familiarizados con los temas de Ceuta, con ese amor, como decía Geddes, “en que una gran intuición complementa el conocimiento y provoca su propia expresión más plena e intensa, para convocar las posibilidades latentes, pero no menos vitales, que se abren ante él”.
Nuestro sueño es convertir a Ceuta en un foco de pensamiento, un claustro de meditación, un centro de erudición, un hogar creador de arte, un centro de idealismo moral y, por encima de todo, el lugar de la renovación de la vida. Decía Geddes que la definición de la cultura “como lo mejor que ha sido conocido y realizado en el mundo” solo es verdad a medias, “la parte de verdad que se lamenta o medita entre tumbas; el significado más elevado de la cultura está también más cerca de un sentido primitivo, que descubre en el pasado no sólo fruto sino también semilla y prepara así una primavera próxima, la cosecha futura. La historia no concluye con los “periodos” de nuestros historiadores; el mundo siempre está comenzando de nuevo y con él cada comunidad; cada población y cada barrio”. Entonces, ¿Por qué no podríamos también hacer de Ceuta un claustro productivo de pensamiento, cultura y arte? ¿Cómo podríamos despertar el genio dormido de Ceuta? He aquí el problema de la eutopía. Sólo podremos lograr este anhelo desde una indisoluble unión cívica. Una unión de nuestros sentimientos y empeños diversos mediante una ciudadanía más activa. Tenemos que ser capaces de aspirar a ideales de ciudadanía más parecidos a los de Atenas en lo relativo a esfuerzos culturales y alcanzar un vida más asociada, pero al mismo tiempo más individual.
Poseemos la tradición de una intensa vida espiritual y religiosa, y algo menos de actividades políticas, culturales y artísticas. Contando con esta tradición y el esfuerzo colectivo de todos los ceutíes podemos iniciar un nuevo tiempo para Ceuta despertando el genius loci de la ciudad. Nuestro espíritu, nuestra alma, es el motor que puede dar vida a Ceuta y ayudarla a salir victoriosa ante todos los retos a los que se enfrenta hoy en día. Nuestra ciudad no es otra cosa que la expresión del alma y del estado de ánimo de sus gentes. Si elevamos este ánimo y nos elevamos nosotros mismos hacia niveles superiores de entendimiento y espiritualidad, Ceuta desempeñará un papel relevante en la gran epopeya de la humanidad, como ya lo hicimos en el pasado.
No nos faltan personas formadas y preparadas en Ceuta. Lo que nos falta es sentido de comunidad y el sentido de deber cívico en la ciudadanía. Tampoco carecemos de espacios y equipamientos para que Ceuta aspire a ser, como hemos dicho, un claustro productivo de pensamiento, cultura y arte. Contamos con un amplio complejo cultural en la Manzana del Revellín, una deslumbrante y recién estrenada Biblioteca del Estado y un flamante Campus Universitario.
La reconstrucción del antiguo cuartel del Teniente Ruiz, casi la única reliquia que subsiste de los grandes cuarteles que tuvo Ceuta, no es un simple acto de piedad arqueológica y todavía menos de simple “restauración”, sino un acto de renovación; es el símbolo deliberado, una iniciativa renovadora, utópica y local, cívica y, al mismo tiempo, académica. Es ante todo un vínculo renovado con el pasado de Ceuta; está diseñado para los más diversos usos, tanto públicos como universitarios. Su dimensión universitaria hace de este lugar un espacio para la preparación del futuro de Ceuta, la dignificación de su presente y la conmemoración de su pasado. Tenemos ante nosotros, pues, un nuevo vínculo entre la Ceuta del pasado y la Ceuta posible; un centro al mismo tiempo que conjuga pensamiento y acción, retrospectiva cívica y futuro cívico.
Algo parecido podríamos decir de la Biblioteca “Adolfo Suárez” que guarda en su planta baja el testimonio de una parte significativo del pasado de Ceuta. Pero no falta algo muy importante. Un museo: la casa de las Musas. Carecemos en nuestra ciudad de un museo que no sólo exponga de manera ordenada y didáctica el espíritu de Ceuta y nuestro pasado, sino que también dedique un espacio al presente. Un lugar que, como proponía Patrick Geddes en su obra “Ciudades en Evolución”, muestre de la ciudad “sus bellezas y su fealdad actuales” y donde “cualquier ciudadano activo encuentre en adelante en este museo el lugar más conveniente para obtener rápidamente todo lo que quiera saber sobre su ciudad”. Geddes iba aún más allá y alentaba a los conservadores de los museos británicos a habilitar en sus instalaciones una sala para una exhibición del futuro de su ciudad. Una sala dedicada a aquellos que “sueñan con el futuro”. Un grupo de personas que, en opinión de Geddes, “desean ver más progreso en la ciudad, algunas mejoras concretas, la limpieza de sus barrios deprimidos, la construcción de nuevos edificios e instituciones, la provisión de espacios libres y, por encima de todo, la planificación de sus prolongaciones futuras –su utopía practicable-, una eutopía en realidad”.
Este museo cívico tendría como objetivo dar una imagen, siempre en proceso de actualización y revisión, de nuestro pasado; exponer las claves de nuestro presente, tanto de sus aspectos positivos como negativos; y por último, mostrar los distintos planes que, como el futuro Plan General de Ordenación Urbana, darán forma a la Ceuta del futuro. Contemplamos este museo como la sede permanente de un centro de análisis cívico para examinar la situación de Ceuta en el pasado y en el presente, y preparar colectivamente el proyecto de planificación que decidirá nuestro futuro. Gracias a este museo y centro de análisis cívico daremos comienzo a un nuevo movimiento destinado a alentar el sentimiento cívico y favorecer el despertar de una ciudadanía más ilustrada y generosa.
La idea de nuestro Museo más allá de lo que, de manera convencional, entendemos que es un museo. Queremos que sea un Templo de la Vida y su continua renovación. Un museo que, como su nombre indica, sea la residencia de las Musas. Un templo como la unión entre Ciencia y Religión. Queremos que este museo, inspirado en los diseñados por Patrick Geddes, sea un espacio para el análisis y difusión de la naturaleza, la historia y las gentes de Ceuta; para el reforzamiento de la identidad local; para el pensamiento y la acción cívica; para la espiritualidad, la filosofía y el arte; para la formulación y realización de nuevos ideales; para la síntesis científica; para la educación, el autoconocimiento y el autodesarrollo; y, en definitiva, para la eterna renovación de la vida de la que podemos ser testigos en Ceuta.
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