La facilidad con la que alguien puede disponer de la vida de otro segándola de un tiro nos estremece y socava la confianza en la condición humana. Para nuestra desgracia, este tipo de actos se han convertido en algo habitual en Ceuta. La respuesta cotidiana es reclamar a las administraciones competentes que ejerzan, dentro del ordenamiento jurídico, el poder que los ciudadanos delegamos en ellas. Lo hacemos desde una fe ciega e irracional en el poder omnipresente y omnipotente del Estado en sus múltiples formas. Pensamos que nuestras fuerzas y cuerpo de seguridad del Estado pueden aparecer de manera espontánea allí donde se planifica y ejecuta un crimen. Si no lo hacen entonces hay que exigir responsabilidades políticas, aún sabiendo que hay asuntos que no dependen de la pericia del responsable político que en ese momento controla a la policía o la Guardia Civil. Todos utilizan este tipo de atroces crímenes para sacar rédito electoral. Lo hacen quienes están en la oposición y lo hicieron, representado este mismo papel, quienes ahora se sientan en los despachos oficiales. Nada útil puede extraerse de este continuo lanzamiento de cuchillos que hace tiempo aburre a una ciudadanía harta de este macabro y bochornoso espectáculo.
Ojala la solución a la violencia urbana fuera tan fácil como llenar las calles de policías. Este problema no es único de Ceuta, ni de España, ni de Europa, ni de EE.UU, ni de México…es un problema filosófico. Sí, lo han leído bien. Un problema filosófico. ¿Extraño, verdad? Ahora viene éste a decirnos que la violencia depende una disciplina humanista tan “inútil” para algunos como la filosofía. Pues sí, señoras y señores. La filosofía ha sido la encargada de dar respuesta a preguntas tan inquietantes y necesarias para el ser humano como el significado y valor de la vida. El desprecio de la filosofía ha supuesto lo mismo que la desvaloración de la propia vida. El ser humano se ha convertido en un átomo aislado que discurre por la existencia sin un fin elevado y trascendente. El único objetivo que mueve a los hombres y mujeres de nuestro tiempo es el poder y el dinero, unos propósitos tan vacuos que provocan un hartazgo existencial que solo puede ser combatido con todo tipo de drogas que anulan nuestra voluntad y anestesian nuestra conciencia. Unas drogas que son la materia prima que comercializan unos grupos criminales que no persiguen otra cosa, aunque por medios ilícitos, que el resto de los mortales: poder y dinero. La lucha por el poder en el ámbito delictivo no se ajusta a los principales morales y normas legales. En este espacio fuera de la ley, poder y fuerza son conceptos estrechamente unidos. Las disputas se arreglan a tiros y no en los tribunales. Quien la hace la paga. Y quien a hierro muere, a hierro mata. Se entra así en un círculo infernal que es difícil romper.
Necesitamos nuevos propósitos que sustituyan a los perniciosos y destructivos fines del poder y el dinero. Estos fines fueron expuestos hace siglos por Platón, formando parte de su famosa tríada. Son, como muchos ya habrán adivinado, la bondad, la verdad y la belleza. De estos ideales la bondad es el más determinante. No necesitamos, como apuntó Mumford, “poder alguno excepto el dirigido por el amor hacia formas de belleza y verdad. Únicamente cuando el amor se ponga a la cabeza, la tierra y la vida sobre ella volverán a ser seguras. Y no lo serán hasta entonces”. Si queremos seguridad en nuestras calles debemos perseguir este ideal sin descanso para producir un nuevo tipo de personalidad y, con ello, “al tipo de medios –geográficos, económicos y culturales-, que esa personalidad necesita para llevar a término sus objetivos y toda su trayectoria vital”.
Hasta ahora hemos partido de la realidad para alcanzar unos fines. Propongo que recorramos el camino inverso. Partamos de estos ideales elevados como son la bondad, la verdad y la belleza para cambiar la realidad. Nuestro punto de partida es la cuerda de la expresión en la vida plena efectiva formada por el entrecruzamiento de la ethopolítica, la sinergía y la vida significativa. Desde ahí atravesemos el puente del amor, la filosofía y el arte hasta llegar a las tierras de los ideales, las ideas y la imaginación. Estas tierras han sido regadas por el dulce manantial de los sentidos, las experiencias y los sentimientos que emanan de los lugares en los que habitamos, los trabajos que realizamos y las gentes con las que convivimos. Recorriendo este camino inverso tomamos conciencia de que la bondad, la verdad y la belleza no son posible en un contexto en los que los lugares son tan uniformes y degradados que anulan nuestros sentidos; en los que el trabajo ha perdido la íntima conexión con las condiciones naturales en las que uno habita; en los que la gente han olvidado que los atributos esenciales de la sociedad humana son la comunicación, la comunión y la cooperación.
La clave está desde mi punto de vista, y en el de otros autores como Javier Gomá o Leonardo da Jandra, en el hecho de que somos una sociedad sin ideales o, lo que es aún peor, absortos por ideales que son contrarios a la bondad, la búsqueda incansable de la verdad y el anhelo permanente por la belleza y el arte.