Durante la mayor parte de la historia de la humanidad las estaciones han significado mucho: no sólo indicando los ciclos del trabajo en el campo y en el mar, sino también aportando color y fantasía al pensamiento, la cultura y el arte. En estos momentos, la voz de la primavera se hace eco a través de todos nosotros y se siente como olas golpeando en las orillas de nuestro ser.
El pasado día 20 de marzo el sol se extendió a través de Aries y marcó el equinoccio de primavera. El mundo es de nuevo joven y visionario. La Belleza Durmiente ha despertado en fragancias; Proserpina, escapada del Hades, va alegremente sobre los campos, escuchando el surgimiento de las flores, el incremento de la savia, el pequeño clamor de los nuevos brotes irrumpiendo en la vida. Algunas de las aves que se fueron el último otoño han regresado con los rayos del sol, y las pequeñas colinas gritan de alegría. Es un tiempo de Renacimiento. Y no sólo nos alegra lo que vuelve de nuevo, sino sentimos que cada Primavera es la época del amanecer de una nueva era. Este tiempo de nacimiento y también el tiempo de las variaciones, cuando nuevas formas y nuevos hábitos fluyen desde el manantial de los cambios. Es el tiempo de la renovación de la vida. Y ese tiempo ha llegado para nosotros.
En este tiempo, aunque la tónica general es todavía de evolución, la perspectiva ha cambiado. Ya no será principalmente cósmica y externa; sino humana e interna. Ya no será principalmente de observación material, sino de interpretación moral y de acción. El “Evergreen” del que nos hablaba Patrick Geddes ha estado durmiendo para una nueva estación, para una nueva mutación en la conciencia humana. Y ha llegado el momento de despertar.