Ayer, día 21 de agosto de 2015, fecha en la que algunos conmemorábamos la conquista portuguesa de Ceuta (otros no lo hicieron por cobardía política, moral o intelectual), tuve el inmenso honor de participar en el encuentro “De um porto para o mundo. Ceuta 600 anos depois – o mesmo encontro dos culturas” organizado, conjuntamente, por la asociación portuguesa Agavi y el proyecto SalZONE. Salazones de Ceuta. De manera más concreta, participé como ponente en el coloquio “La cultura. Los vínculos y las relaciones de valor”. Compartí mesa con Toño Campoamor, que desempeñó la función de moderador; y con Dália Dias, comisaria de la Mesa o Vivo Ceuta, además de responsable de la asociación Quadrante. Rota do Patrimonio.
Comencé mi reflexión agradeciendo el gran esfuerzo que la asociación Agavi y Quadrante habían realizado para que pudiéramos celebrar este encuentro cultural entre dos pueblos hermanos, como son Portugal y Ceuta, a la que nos une una historia compartida que dio, como fruto, importantes símbolos comunes. Estos símbolos son fundamentales para desplegar los atributos esenciales de la condición humana que son nuestras capacidades de comunicación, cooperación y comunión. Para ceutíes y portugués estos símbolos tienen los mismos significados, funciones y valores.
Sin símbolos, -como señalaba Lewis Mumford en la introducción de su obra “La condición del hombre”-, “la vida del ser humano sería una vida de apetitos inmediatos, de sensaciones inmediatas; se vería limitado a un pasado más corto que su vida, a merced de un futuro que nunca pudo anticipar, para el que nunca pudo prepararse”. Nuestra capacidad de transformar la experiencia en símbolos y los símbolos en experiencias vitales es lo que nos hace humanos. Esto nos lleva afirmar, siguiendo a Mumford, que “no hay pobreza peor que la de ser excluido por ignorancia, por insensibilidad o por falta del dominio del lenguaje de los símbolos significativos de la propia cultura; esas formas de sordera o ceguera social constituyen verdaderas formas de muerte para la personalidad humana. Porque, precisamente por el esfuerzo para lograr significado, forma y valor se realizan las potencialidades del ser humano y su verdadera vida es elevada, a su vez, a un potencial superior”.
Asociaciones como Agavi, Quadrante, salZONE o Septem Nostra, de la que el gran honor de presidir, trabajan precisamente para evitar que estos símbolos, tangibles o intangibles, que llamamos patrimonio cultural, pueden desaparecer debido a la ignorancia, la insensibilidad o la destrucción indiscriminada. Es una noble causa que va mucho más allá de proteger unos vestigios históricos o una tradición milenaria como las salazones ceutíes o la gastronomía portuguesa. Tiene que ver con nuestra propia humanidad y nuestro continuo esfuerzo de evolución hacia niveles superiores de consciencia y trascendencia.
Quise en mi intervención adentrarme en el complejo mundo subjetivo para explicar cómo entiendo yo la génesis de esos símbolos que aúnan a ceutíes y portugueses. El punto de partida es el lugar. La geografía es un elemento fundamental en la estructuración de nuestra percepción y emoción. Ceuta, y algunas de las principales ciudades portuguesas como Oporto y Lisboa, son puntos estratégicos con vocación marinera. El mar han sido para estas ciudades su principal fuente de recursos y la base de su economía. Somos pueblos del mar. Sentimos el mar con extraordinaria fuerza. Conocemos, como decía Waldo Frank, en nuestro presente nuestro pasado en el mar. Sabemos que nuestra sangre es salada como el agua del mar y nuestro cuerpo es miembro de mar. Contemplamos nuestro pasado destino en el mar y lo amamos, pero también apreciamos su amenazador presente y futuro, y lo tememos. Le damos la espalda y construimos nuestros hogares secos lejos del mar y contra el mar. Ya es hora de reconciliarnos con el mar. Lejos de entender como un ancho mar que nos aísla empecemos a apreciar con un medio de comunicación, cooperación y universalización incluyente.
Ceuta, que es la ciudad en la que vivo y a la que amo, nació por el mar. Nuestros primeros pobladores fenicios y romanos se asentaron aquí atraídos por la riqueza de su mar. Hace más de dos milenios se empezó en Ceuta a pescar túnidos y, partir de ellos, a producir salazones y salsas de pescado. Esta tradición se ha mantenido durante toda nuestra historia. Sin embargo, nos encontramos en un momento delicado. Si no hacemos algo para remediarlo este milenario patrimonio intangible puede desaparecer y con él una parte fundamental de lo que somos. El peligro de desaparición de las salazones de pescado ceutíes encuentra su paralelo en otras tradiciones culinarias igualmente amenazadas de nuestros hermanos los portugueses. Por este motivo estamos obligados a compartir experiencias y estrategias para impedir que estos símbolos desaparezcan debido a la ignorancia o la falta de aprecio de este patrimonio.
Como decía con anterioridad, y ahora insisto, somos gentes del mar. Nuestro sentimiento de amor al mar se transmuta, en uno proceso alquímico dentro de nuestro ser, en profunda emoción. Y una vez más, como seres simbólicos, convertimos a esas emociones en símbolos intangibles y tangibles. La Virgen de África que dejaron los portugueses que hace seiscientos años desembarcaron en Ceuta es algo más que una bella talla de madera. Es la materialización de la idea arquetípica elemental de la Madre Tierra que nos da la vida y nos ofrece todos los ingredientes para una existencia digna, plena y rica. La misma naturaleza es la inspiradora de los símbolos más importante de nuestros pueblos. Ceuta y Portugal comparten el mismo, escudo. En él, como en la moneda ceitil acuñada por los lusitanos de la antigua Cepta lusitana aparecen un castillo flanqueado por tres torres y el azul de mar en sus quinas. Son los dos elementos definitorios del patrimonio ceutí: las fortificaciones y el mar.
Nos hemos adentrado en nuestro proceloso mar interior para conocer la génesis de nuestros símbolos comunes, pero es hora de volver al mundo de afuera. Debemos tomar la ruta hacia el mundo de la acción. No podemos quedarnos rezagados en la mansión de la memoria, donde podemos adquirir más y más erudición, pero nunca haremos mucho. Esto lo que, según nos advertía Patrick Geddes, anda mal con demasiada gente de la cultura; “a eso se debe que se sientan paralizados y no puedan hablar ni actuar aunque la ocasión lo reclame”.
Mi propuesta para llevar el pensamiento a la acción está sustentada en tres pilares: la política cívica, la cultura y el arte. Respecto al primero de estos pilares creo imprescindible ejercer una defensa cívica activa del patrimonio natural y cultural entendido como los más valiosos bienes comunes que tenemos los seres humanos. Es una necesidad y al mismo tiempo una obligación moral. Esto ya lo tenían claro los fundadores de la democracia ateniense y por este motivo los jóvenes efebos juraban ante su pueblo combatir por los ideales y cosas sagradas de la Ciudad, a solas y con muchos; esforzarse incesantemente por promover el sentido de deber cívico en el pueblo; y transmitir su ciudad, no sólo no menor sino mayor, mejor y más hermosa de los que les fue transmitida a ellos.
Los ciudadanos, inspirados por la Musa Caliope, debemos alzar nuestra voz para defender nuestros bienes culturales y naturales. Un medio eficaz para hacerlo es crear un foro permanente de diálogo en la sociedad cívica ceutí y portuguesa. El primer paso ya lo hemos dado con la firma de un acuerdo de colaboración entre la asociación Agavi y el proyecto salZONE. Salazones de Ceuta. Tenemos que seguir hablando y trabajando juntos. Es necesario que nuestra voz llega a nuestras respectivas sociedades y creo que un medio interesante para conseguir es la creación de una Escuela hispanolusa o lusahispana, como quieran llamarla, dedicada a la política cívica, la cultura y el arte. Una escuela en la que podamos facilitar el proceso de renovación de nuestros corazones, la reeducación de nuestras mentes y la restauración de nuestro patrimonio cultural y natural.
El arte tiene como principal objetivo la expresión de nuestro yo interior. Cuanto más rica sea nuestra vida interior, mejor conozcamos los símbolos comunes y más facilidades encuentre el ser humano para el pleno despliegue de su imaginación creativa más elevado será nuestro arte. No hay belleza artística, si no hay belleza interior. Como decía Goethe, “un leño arde porque tiene suficiente madera para arder, y una persona alcanza la fama porque en su interior también hay materia para eso”. Cada uno encuentra su mejor medio para expresar lo que late en su interior. Hay quien está mejor dotada para la poesía, otros para la música, la pintura, la escultura, la literaria, la fotografía…No importa el medio, lo importante es el fin. Y el fin no es otro que el fortalecimiento de la vida interior, nuestra elevación, la posibilidad de vivir una vida digna, plena y rica. Una vida que merezca ser vivida.
Podemos hacer también de la cultura, el arte y nuestro patrimonio cultural y natural una fuente importante de creación de riqueza y creación de empleo. Ceuta y Portugal estamos pasando por un mal momento económico y tenemos que aprovechar de manera sostenible e inteligente nuestros recursos patrimoniales para diseñar productos turísticos y gastronómicos interesantes y atractivos. Los caminos que antes fueron de conquista militar pueden hacer transformarse en rutas que conecten nuestros pueblos, ya sea por mar o por tierra.
Y por último, la cultura. Termine mi exposición recordando la siguiente idea incluida por Patrick Geddes en su obra “Ciudades en evolución”, que este año cumple su primer siglo:
Ayer sembramos una de estas semillas de las que hablaba Patrick Geddes. No miramos al pasado. Miramos a los símbolos que compartimos y a un futuro basado en la comunicación, la cooperación y la comunión entre los pueblos. Hoy sembramos la semilla de un proyecto compartido que pretende afianzar el sentimiento de amistad entre Ceuta y Portugal y alimentar los sueños de alcanzar un mundo cimentado en la democracia participativa, la cultura y el arte. Las armas del pasado han sido sustituidas por la amistad, la sabiduría y la creatividad. El proceso de expansión que se inició hace hoy seiscientos años en Ceuta ha concluido. Vivimos en un mundo unificado con un destino común. Las fronteras políticas y mentales están llamadas a desaparecer. El ser humano está abocado a una transformación definitiva de su pensamiento y de su acción. Estamos llamados a asumir nuestras responsabilidades cívicas y a trabajar por la unidad y la fraternidad efectiva del ser humano.