Ceuta, 3 de noviembre de 2015.
Normalmente son otros quienes describen y definen el estilo de un escritor. Como no tengo claro si algún día llegaré a tener un crítico que evalúe mi obra y como soy, además, la persona que mejor me conozco, me dispongo a hacer mi autocrítica literaria.
En la literatura se dan dos momentos decisivos: la propia escritura y la posterior lectura. Sobre el primer acto tan solo contamos con dos testigos: el escritor y el papel que sirve de soporte a las letras. Me tomo autodeclaración y confieso que mi hora preferida para escribir es el amanecer. A la “hora del alma”, como le llamaba Walt Whitman, tengo el cuerpo descansado y la mente despejada. Lo primero que hago al levantarme es abrir la ventana del estudio y contemplar el firmamento. Luego me siento a escribir o preparo mis cosas para salir al encuentro de la naturaleza. Mi morral va ligero. Solo llevo mi máquina fotográfica, una batería de repuesto, una botella de agua, el móvil y, por supuesto, un bolígrafo azul y una libreta.
Cuando decidí embarcarme en la aventura de la escritura busqué un modelo de libreta que se ajustara a mis necesidades y gusto. Después de visitar varias papelerías encontré lo que buscaba en la librería “Poniente” de Armilla (Granada), el pueblo natal de mi mujer, donde paso las vacaciones de navidad, Semana Santa y verano. La libreta elegida, de la marca “liberpapel”, presenta un tamaño ideal, 10 x 15 cms. Las pastas son de plástico flexible y cuenta con una goma en la solapa para cerrarla. También tiene un lazo estrecho que sirve de marcapágina. Unas páginas cuadriculadas que facilitan la escritura. Para escribir utilizo un bolígrafo pilot de color azul.
Con estos pertrechos salgo camino de la naturaleza. No necesito ir muy lejos para encontrar un lugar tranquilo y silencio en el que practicar la escritura. Uno de los sitios que más he visitado ha sido la playa Hermosa, más conocida como la playa del Sarchal. Realmente es merecedora de este apelativo. Es un lugar bello y hermoso que se localiza a apenas dos minutos de mi casa. Para llegar a ella tengo que descender por una empinada y sinuosa escalera de doscientos setenta y cinco peldaños.
Mis escritos suelen comenzar con descripción, a través de todos mis sentidos, del lugar donde me encuentro. Desde los sentidos doy un salto a los sentimientos y de ahí a la emoción más profunda. Sin tener plena conciencia de lo escribo dejo que fluyan libremente mis ideas y deja rienda a mi imaginación. Es así cómo se abren las puertas de mi mundo de adentro que me conducen al reino del espíritu, la sabiduría y la belleza. De este modo intento que mis ideales, ideas y sueños puedan tener alguna aplicación práctica para la renovación de la vida, la reeducación de las mentes y la restauración de la naturaleza y el patrimonio cultural.
Cualquiera que lea mis escritos se dará cuenta de que utilizo un lenguaje sencillo y asequible, alejado de palabras rebuscadas y artificios gramaticales. No suelo pulir y corregir mis notas, más allá de lo indispensable, a fin de que no pierdan su sabor a aire libre, a sol o a mar.
Durante el proceso de escritura a veces me detengo para tomar una fotografía que resulte oportuna para ilustrar lo que estoy describiendo en mi escrito. Son, por tanto, fotografías más ilustrativas que artísticas. No obstante, procuro que las fotos tengan un mínimo de calidad.
Respecto a la extensión de mis escritos, no suelen superar los tres folios en A4, tipo de letra “Calibri” y tamaño 11. No es una extensión establecida de antemano. Resulta ser la extensión que necesito para expresar todo aquello que en cada momento surge de mi corazón y de mi mente.
Al regresar a casa descargo las fotos en el ordenador y paso al ordenador mis anotaciones en la libreta. A continuación publicó mis escritos en el blog de mi página web (www.elsignificadodelavida.com). Y, finalmente, comparto la publicación en las redes sociales (Facebook, twitter y Google +).
No es habitual que coseche muchos “me gusta” ni consigo abundantes comentarios. Al comprobar las estadísticas en la página web el resultado suele ser bastante decepcionante, pero tampoco me afecta mucho ni me desanima a seguir escribiendo. Todo lo contrario, cada día escribo más y llego a una mayor profundidad. A veces rozo con mis dedos mi alma y siento el cosquilleo de la eternidad. Lo cierto es que no escribo movido por el afán de notoriedad, la fama o el prestigio. Mi cupo de vanidad está cubierto y procuro mantener atado en corto a mi ego.
La razón primordial por la que escribo, y también leo, es para el fortalecimiento de mi propia personalidad. La escritura me sirve, sobre todo, para aumentar mi autoconocimiento, progresar en mi autodesarrollo y avanzar en mi autotransformación positiva. Intento seguir el consejo de Whitman: “…mira siempre a la lejanía. Cuenta siempre lo más posible”.
Seguiré saliendo al encuentro de la naturaleza y contaré todos aquellos sentimientos y pensamientos que me inspiren mi propia alma, la naturaleza y el cosmos.
Confío en mí mismo y estoy dispuesto a cumplir mi misión. Al llevar a cabo mi obra fortalezco mi espíritu y moldeo mi personalidad. Los cambios en mi ser son cada día más ostensible. Hay dos rasgos nuevos en éste mi segundo nacimiento: la risa profunda y el semblante algo más serio, pero no enfadado. MI soltura a la hora de hablar y escribir también ha aumentado en los últimos años. Me siento más relajado y equilibrado. Procuro vivir en el aquí y en el ahora. No obstante, este “aquí” no es tan estrecho y limitado como antes. No se limita a las paredes de mi casa, sino que engloba a toda la naturaleza circundante. Soy plenamente consciente de que mientras permanezco aquí sentado, la naturaleza sigue su curso. La tierra sigue girando sobre su eje y en órbita alrededor del sol. Las nubes son arrastradas por el viento y las aves siguen surcando los cielos dándonos lecciones de elegancia y libertad. Las plantas continúan en su crecimiento y los árboles mudan sus hojas y oxigenan la atmósfera. Los delfines siguen saltando alegres en el mar que rodea a Ceuta y los peces bucean en las profundidades del mar.
Pienso mucho en ella, en mi amada naturaleza, durante todo el día. Este mundo urbanizado me parece cada día más artificial, estéril y carente de belleza. Mi tolerancia al ruido, a la fealdad y la vulgaridad humana es cada vez menor. No soporto tanta maldad, ignorancia, mal gusto e inmoralidad. Como dijo Marco Aurelio, “la virtud no es sino una viva y entusiasta armonía con la naturaleza”. Nuestra democracia está decayendo y palideciendo debido a nuestro alejamiento de la naturaleza.
De igual modo, el “ahora” no es ya para mí un presente aislado, sino que está compuesto por dos elementos ideales: el pasado y el futuro. Como expuso de manera magistral R.G. Collingwood: “el presente es el futuro del pasado y el pasado del futuro; por ello, es la vez futuro y pasado en una síntesis que es real”.
En definitiva, la combinación de lectura y escritura me están permitiendo avanzar de manera ostensible en la profundización y definición de mi personal, así como en la aprehensión de la totalidad, superando los estrechos límites de la habitual concepción del espacio y del tiempo. Gracias a ambos hábitos mi vida es cada día más plena y rica. Está ganando dignidad y estoy colmando mi existencia de sentido y significado.
Estoy convencido, como dijo Mumford, “que solo aquellos que día a día tratan de renovarse y perfeccionarse serán capaces de transformar nuestra sociedad, mientras que aquellos que estén ansiosos por compartir sus altos dones con la comunidad entera, -en verdad, con toda la humanidad-, serán capaces de transformarse a sí mismos”. Por este motivo escribo. Para renovarme y perfeccionarme, y contribuir con mis escritos a la transformación de la sociedad en la que vivo y actúo.
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