Ceuta, 3 de diciembre de 2015.
Después de dejar a mi mujer en el Instituto donde trabaja he venido a la cala del Desnarigado para contemplar el ascenso del sol por el horizonte. Hoy el día está nublado, pero no cerrado.
El sol aparece y desaparece proyectando un hermoso espectro luminoso sobre un mar ligeramente agitado por el reinante viento de levante. Al mar se le nota nervioso, como también lo están un amplio grupo de gaviotas que han llegado de improvisto a la conocida como playa de la Torrecilla. Poco o poco las gaviotas se van acercando al lugar donde me encuentro. Cuando llegué a la playa hace unos minutos tan sólo había una solitaria gaviota y un cormorán que se daba un relajante baño.
El mar, como digo, da muestras de un nerviosismo contenido. No sabemos si llegará a terminar en furiosa tempestad. Los próximos días lo sabremos. Supongo que estos tipos de observaciones sobre el cambio del carácter del mar eran habituales en la antigüedad. Entonces no existían partes meteorológicos, y mucho menos contaban con radios, televisores u ordenadores con acceso a la infinita información que ofrece internet. La comprensión de la naturaleza no era tan detallada ni científica como en la actualidad, pero sí mucho más sutil, sensitiva y emotiva. EL sol era un Dios y ahora una simple bola de fuego incandescente. Las nubes eran pintadas por los dioses y el viento estaba considerado el mismo aliento de la divinidad. El mar era tan profundo como misterioso. Enorme monstruos lo habitaban. Las ballenas eran la imagen del terrible Leviatán y los delfines no eran otra cosa que antiguos marineros arrojados al mar por Dionisio. Surcaban los mares para ayudar a los navegantes que, como ellos fueron antes de su maldición, se vieran en peligro.
Los árboles eran la residencia de las ninfas. Las plantas curaban y daban vida. Y los animales y aves eran sagrados. El mismo ser humano ostentaba esta condición divina…Todo esto ha desaparecido. El mundo está desencantado y la naturaleza desacralizada. Hemos sido, como dicen ahora los cocineros famosos, deconstruidos en un complejo conjunto de átomos y moléculas carente de alma. Sin alma no hay posibilidad de vernos influidos por el espíritu sagrado del Ser.
Nuestras almas nos piden a gritos que las escuchemos, pero hacemos oídos sordos. Esta vida que llevamos enferma nuestro cuerpo y nuestra alma. ¿Si no escuchamos nuestra propia voz interior cómo vamos a hacerlo con las palabras de las que personas que nos rodean? El diálogo se hace imposible entre personas que no reconoce en el otro a un ser divino como él.
La soledad y el silencio son condiciones necesarias para la reflexión y la meditación. Aquí sentado, escuchando el sonido del mar, consigo conectar con mi alma y soy capaz de escribir con fluidez sobre los pensamientos y los sentimientos que colman mi ser.
Me siento en este instante relajado y feliz. El mar ya no me parece tan nervioso. Ahora entiendo que lo que, en primero momento, al llegar a este lugar, interpreté con un estado de nerviosismo del mar no era más que la proyección de mi propio estado de ánimo. Ya no me parece que el mar esté nervioso. Ambos nos hemos calmado y podemos disfrutar alegres de este nuevo día.
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