Ceuta, 28 de noviembre de 2015.
A veces pienso que habría sido de mi vida sin la temprana vocación de arqueólogo. Hasta entonces fui un estudiante del montón y, como muchos niños y niñas de mi edad, no encontraba una motivación para estudiar. Pero al comenzar mi afición por la arqueología todo cambió. Recuerdo el día que encontré mi primer ceitil, una moneda acuñada por los portugueses en las décadas posteriores a la conquista de Ceuta. Como era lógico, al hallarla no sabía de qué se trataba, más allá de que tenía en mis manos una moneda antigua. Estaba muy emocionado y con una curiosidad enorme por descubrir la cronología de esta moneda en la que se observaba un escudo parecido al de Ceuta y un castillo con tres torres bañado por el mar.*
Al llegar a casa busqué en la biblioteca de mi casa algún libro que me ayudara a fijar la cronología de la moneda. Mi padre era empleado de Caja Ceuta y teníamos todos los libros que habían editado en esos años. Entre los libros que encontré en la estantería del salón me llamó la atención uno en especial: “El Estudio arqueológico de Ceuta”, escrito por Don Carlos Posac Mon. Pasé sus páginas con gran nerviosismo hasta que llegué a las láminas finales. Y justo en la penúltima página del libro aparecía la imagen de una moneda similar a la que yo tenía entre mis manos. En la leyenda de la fotografía en blanco y negro decía: “un ceitil, o ceutí, moneda portuguesa que tomó nombre de nuestra ciudad. Acuñada en tiempos de Alfonso V (1438-1481)”. Me sentí muy contento y alegre. Era la primera vez que conseguía resolver un enigma histórico, aunque fuera modesto.
Quería saber más sobre la moneda y leí con mucho interés el capítulo del libro que Carlos Posac había titulado “Joya de la corona portuguesa”. Gracias a esta lectura supe que los ceitiles aparecían mencionados en algunas de las crónicas del descubrimiento de América. Aquello me pareció muy interesante.
A pesar de todos los años que han pasado recuerdo a la perfección el sentimiento de profunda emoción que sentí al culminar con éxito mi primera investigación arqueológica. Se despertó en mí una intensa curiosidad por la historia de Ceuta. Siendo aún un niño iba a la biblioteca municipal, que entonces estaba en una de las plantas del Palacio Municipal, para leer algunos pasajes de la monumental “Historia de Ceuta”, cuyo autor fue Alejandro Correa da Franca. Los bibliotecarios estaban sorprendidos y extrañados. ¿Qué hacía un niño delante del gigantesco volumen de la historia de Ceuta de Correa da Franca tomando notas?
Mi curiosidad por la historia de Ceuta y mi acercamiento a los libros influyó de manera positiva en mis resultados académicos. Poco a poco fueron mejorando mis calificaciones al mismo tiempo que ampliaba mis investigaciones históricas y empezaba a colaborar en las excavaciones arqueológicas dirigidas por Don Emilio Fernández Sotelo. Tenía un objetivo, un sueño que cumplir: convertirme en arqueólogo. Y lo logré.
Me di cuenta de lo importante que era tener un propósito claro en la vida. Una moneda antigua y un libro habían conseguido vivificar mi aletargada curiosidad. Los libros dejaron de parecerme aburridos y empecé a entender y comprender la historia de mi ciudad. El mundo era un gran misterio que necesitaba investigadores para intentar desvelarlo. La entrega de una credencial como colaborador de investigaciones arqueológicas, -por parte de Pepe Abad, director provincial de Cultura en Ceuta-, fue un revulsivo importante para consolidar mi interés por la arqueología. Con el carnet en la cartera y con el libro que me regaló Pepe Abad, “El Faraón de Oro”, llegué a casa y me senté a leer esta fantástica obra que narra las aventuras de los ladrones de tumbas del Antiguo Egipto y del descubrimiento de la última morada del faraón Tutankamon por Howard Carter. Empezaba así una aventura personal que me ha llevado hasta aquí.
Cuento todo esto porque estoy convencido de que puede serle útil a tantos jóvenes que en la actualidad no tienen claro cuál será su futuro. Les entiendo perfectamente. Yo, un alma extraviada, hubiera fracasado como estudiante si no hubiera encontrado en la arqueología una motivación para estudiar. Por eso, desde mi experiencia personal, les animo a que dediquen tiempo a descubrir su vocación. Los seres humanos contenemos, como decía Whitman, potencialidades infinitas. En nuestro interior yacen latentes increíbles posibilidades de crecimiento y desarrollo personal. Hacerlas reales depende de nuestra capacidad de reflexión y meditación.
Si quieres un consejo, vete al campo o la playa a primera hora de la mañana. Busca un rincón donde predomine el silencio. Una vez allí cierra tus ojos y limpia tu mente. Durante unos minutos no pienses en nada. Concéntrate en la respiración. Expira e inspira de manera consciente. Con la inspiración del aire fresco te llegará también la inspiración de tu vida. Olvídate de tu cuerpo, de tu aparente materialidad. Lo importante ahora es que tu alma individual participe del alma eterna. Somos un solo con el Ser. Ese algo que percibes es, como dijo Whitman, “el TODO”. Siente tu alma “pujante, indestructible, bogando por el espacio, visitando cada región como barco en el mar” (Whitman). No te preocupes por el destino de tu alma, ya que “nunca carecemos de piloto. Cuando ignoramos el rumbo que hemos de seguir y no nos atrevemos a izar una vela, podemos abandonar nuestra barquilla al curso de las aguas” (Emerson). Hazlo con plena confianza en que la travesía merece la pena. Déjate llevar por tu intuición, pues ésta es la manera que utiliza el alma para comunicar con tu pensamiento consciente. Escucha a tu alma: “lo nuevo, lo nuevo que hacia la vida viene sólo podemos escrutarlo inclinando el oído puro y fielmente a los rumores de nuestro corazón” (Ortega y Gasset). Confía en ti mismo y cuando escuches el mensaje de tu alma coge el timón de tu vida con fuerza y decisión. Pasarás por fuertes tormentas. Tendrás que superar tempestades, pero a buen seguro llegarás a puerto.
Disfruta de la travesía. Contempla con admiración los amaneceres y atardeceres. Agradece siempre la presencia del sol y de las nubes que decoran el cielo y traen agua para refrescarnos y renovar la vida. Escucha el canto de las aves y el sonido del mar. Aprecia el olor del campo, de las flores y plantas. Siente el calor de los árboles y el suave tacto de los animales.
Vive la vida como una gran aventura. Observa tu alma y tu cuerpo a distancia y aprovecha la facultad del lenguaje, y sobre todo de la escritura, para contener tanta verdad como sea posible sobre ellos. Conviértete en un poeta de la vida. Añade, aunque sea una modesto verso, al poderoso drama del cosmos.
Deja un comentario